
El viernes tuve una reunión en la que me reí un montón. No es que el asunto sobre el que trataba fuera especialmente divertido, pero todos estábamos a gusto – que no relajados – y vivaces – que no indisciplinados -. La comunicación fue fluida y el resultado muy productivo. Estoy deseando que nos volvamos a reunir.
Evidentemente las reuniones no siempre pueden ser así. La gravedad de ciertos temas no invita a la risa y la contraposición de intereses genera tensiones y barreras de comunicación que ahogan el disfrute.
¿Pero es que hay tantas situaciones de esas como para haber levantado alrededor del concepto de reunión un discurso de índole casi sanitaria repleto de indicaciones, contraindicaciones, recomendaciones y cirugías ? Yo diría que no tantas. Y, además, diría que el quid de la cuestión está, como en otras tantas disfunciones colaborativas, en la cultura del trabajo en equipo y en la claridad de la visión de las organizaciones, las cuales también acuden a las reuniones.
Además de los archi repetidos mantras de puntualidad, selección de participantes, preparación, objetivos, etcétera, no debemos olvidar un factor – yo diría que primordial – a la hora de reunirnos: la percepción de que un equipo está colaborando en un contexto de confianza y complicidad para lograr un resultado corporativo y no de que un grupo de empleados ha coincidido en el espacio y en el tiempo para destripar o destriparse.
No culpemos, pues, a las reuniones de la falta de profesionalidad de algunos convocantes o convocados.