Nadie sabe cuánto se ha escrito, divulgado o formado al personal sobre el trabajo en equipo. Y es que no hay valor más apreciable en una organización que el de aunar las capacidades de sus componentes en pos de un objetivo común. Suena bonito…
¿Pero de qué hablamos exactamente?, ¿cómo se aplica en el día a día de una empresa, formada por decenas o centenares de equipos “distintos”?, ¿hablamos de objetivos comunes o también de beneficios equivalentes?, ¿y si yo no opino los mismo que el resto del equipo?, ¿y si algo sale mal cuando yo ya lo advertí?, ¿y si ni siquiera “ellos” han contado “nosotros”?…
El paso fundamental de un profesional para adquirir una buena cultura de colaboración es despojarse del “yo” para adoptar el “nosotros “. Un equipo no está compuesto de muchos “yoes” ensamblados (a veces, a martillazos) sino de un único “nosotros”. Aun existiendo una coordinación perfecta entre las individualidades, no hay trabajo en equipo si no nos alegran y nos duelen las mismas cosas o si el resultado solo es bueno o malo en función de como haya salido “mi parte”.
La recompensa es infinita: seguridad para trabajar en corresponsabilidad, espíritu de mejora y no de crítica, reuniones constructivas y no inquisitoriales, ilusión y no obligación por llevar a cabo proyectos conjuntos, aprendizaje desde la experiencia y vivencias de otros y, sobre todo, el sentimiento de pertenencia que albergas cuando trabajar contigo deja esa misma recompensa en los demás.

Cuando estés trabajando con otras personas pregúntate siempre lo que significa para ellas estar trabajando contigo…